14 junio 2014

Flores



En Doronda hay un pantano donde la soledad ocupa el lugar del barro, donde el barro ocupa el lugar del agua y donde el agua no existe. Huele, no mal, tampoco demasiado, simplemente huele; huele como a mosquitos, pero no a mosquitos normales, sino a mosquitos hechos de apatía y dolor. Y entre los cadáveres de fango que se disuelven entre las rocas agrietadas del triste pantano se alzan unas bellas damas que se vieron sobrecogidas por la llegada de Doronda.
Cuando el sol todavía se podía ver desde las aguas del pantano, cuando los niños de Doronda no se obcecaban apedreando con su fuerza pueril y su madura inocencia al cielo para intentar que algún rayo de luz se cuele por una grieta, cuando el agua todavía era un lugar habitable y cuando las plantas eran capaces de respirar algo más que desidia y fastidio las flores ya estaban allí.
Las flores no hacían nada, simplemente se saludaban con sus pétalos rosados, crecían con las sales que la tierra les otorgaba y dejaban que el sol las masajeara. Su vida era idílica. O no. No lo era tanto cuando una raza despiadada llegaba a su hogar, las olía con un ímpetu que las desnudaba de algunos de sus pétalos y, en nombre del amor, les arrancaban las raíces como quien tortura sin piedad. Y entonces, mientras se agarraban con sus hojas a la poca vida que les quedaba, mientras les chorreaba la savia por el tajo bruscamente partido, mientras sus hojas se marchitaban sin poder ni siquiera mantenerse firmes, en ese momento era cuando tenían que escuchar mil te quiero, quinientos me gustas, doscientos cincuenta lo siento e infinitos tus familiares nunca te olvidarán. Y cuando ya se cerraban sus ojos diciendo adiós a la vida, eran arrojadas a la basura.
Las flores aumentaban su dolor día a día. Cada vez sentían más asco por esos desalmados que las usaban como a putas baratas. Llegó el día en el que la maldad hundió su belleza en lo más hondo del planeta. Sus pétalos no brillaban y el sol ya no las quería. Eran un horror y ya nadie las recogía. Pero el exterminio no iba a parar, pues esa raza había nacido con el despotismo en su interior y nada paraba sus ansias de arrasar con todo para satisfacer sus estúpidos rituales. Ya no se las consideraba como putas baratas, ahora se las trataba como a putas feas y no tenían ningún prejuicio en cortarlas de raíz para tirarlas a la basura directamente. Ellos las llamaban malas hierbas. Ellas simplemente callaban.
Hasta que un día, cuando solo quedaba una flor, con toda su tristeza y fealdad, llegó un hombre más triste que ella. Un hombre de mirada fría y desalmada que trajo consigo la desolación, que arrastró cuervos sanguinarios y nubes de cemento y que convirtió la tierra en putrefacción. Ese hombre llegó al lago arrastrando a todo lo malo de este mundo, pero se agachó, miró a la flor y le dijo que en su imperio de basura había lugar para ella y su especie.
Desde entonces en el pantano se alzan unas flores preciosas, luminosas y de color blanco paraíso. La gente de Doronda las omite, pues saben que ellas tienen tanto dolor como ellos, aunque por fuera parezcan hermosas. Lo que no tienen claro es si las flores se alimentan de la oscuridad de Doronda o si ellas son las que sudan dolor por sus raíces.

1 comentario:

  1. ¿Y eres tú quien se sorprende de que yo plasme emociones intensas con historias? La tuya ha sido simplemente fascinante, evocadora y muy sincera. La metáfora de las flores me ha encantado.

    Sigue escribiendo. Te obligo.

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