28 septiembre 2010

Segundos de sal

Ahogado en penas muero lentamente,
a cada segundo muere una parte de mí.
Cada vez que se mueve la aguja del reloj
se abre mi herida, 
a la que el destino echa sal,
y escuece, como todo en esta vida.


26 septiembre 2010

Mi mundo

El cielo azul a mis ojos es negro,
Hoy las flores huelen a dolor
El viento me dice que nací para sufrir
Mi imaginación me lleva a un rascacielos
Donde intento dejar de vivir.

Hoy solo las lágrimas me acompañan
Nunca volveré a creer en nada
Para mí este mundo ha quedado vacío
Ya a nada le busco sentido
Solo espero el día del juicio final
Que esto acabe y no vuelva a empezar.

Los animales me huyen
Las plantas se marchitan a mi paso
He perdido mi alma y no la busco
Solo espero al diablo
Solo quiero hundirme en el infierno
Y no volver a este mundo
Donde el dolor es eterno.

23 septiembre 2010

Soñando con lo imposible


Oscuridad, nada más que oscuridad,
luz negra me absorbe sin piedad,
solo oscuridad.
¿Dónde hay luz?
Creí encontrarla
y yo pobre iluso pense en tocarla.
Pobre iluso, no se nada de la vida.
Y es que en esta vida no hay nada más
que una simple cacería,
o eres cazador o eres el cazado,
se trata de matar o morir.
Otro anhelo mas al baúl de los fracasos,
debo olvidar mis deseos,
olvidarme de dormir en su regazo,
aprender cuales son mis aspiraciones,
y cuando aprenda, dejaré de ser el cazado.

09 septiembre 2010

Gato de la noche

Son las 5 de la madrugada. Estoy regresando a casa después de una noche de fiesta. Atrás queda la música de discoteca cuya calidad es discutible. Avanzo por una calle larga y lúgubre. Es una calle vieja y desgastada. A los laterales ni siquiera hay acera y se levantan unas majestuosas e imponentes casas. Son de estilo barroco con una decoración que habla de dragones. Con la única compañía de la luz tenue de una farola sucia y vieja continuo mi camino. El cansancio es abundante, los ojos están cansados y reclaman unas horas de sueño. Los párpados inician su guerra contra mi y intentan dejarse caer. Mis piernas flojean a cada paso y mi velocidad es más bien limitada. Para mi sorpresa algo se encuentra en mitad de la calle. Una forma oscura y diminuta se alza en mitad del camino y a medida que voy avanzando descubro que es un gato, un gato negro. No puedo evitar meterme en su mirada. Son 2 ojos verdes, grandes y de mirada profunda. Son diferentes a los de cualquier otro gato, son más como de persona. Cuando me doy cuenta de que ese felino está distrayéndome de mi vuelta a casa me apresuro a dejarlo atrás y me llama con un maullido al que no doy importancia. Llego al final de la calle y antes de torcer a la izquierda me vuelvo para echar un último vistazo a dicho animal pero encuentro oscuridad, nada más, aunque todavía noto su mirada en mí.
Por fin llego a casa. La encuentro vacía. Mi padre aún está trabajando y mi madre duerme. Cierro la puerta y ante mi solo encuentro oscuridad. Algo extraño sucede, la oscuridad se mueve y yo no. De repente los muebles que veía con dificultad por la falta de luz desaparecen al igual que el resto de la casa. Solo veo oscuridad a mi alrededor, oigo maullidos y cada vez tengo mas sueño. Pienso que estoy soñando, que los párpados por fin me han derrotado y intento abrirlos para comprobar que todo es normal. Abro los ojos y me encuentro en la calle que minutos antes había abandonado, noto mi mirada mas profunda y descansada. Hacia mí se dirige un chico a paso lento y se queda mirándome fijamente, como inspeccionando mi mirada. Transcurren varios segundos y el chico sigue con su camino. Intento llamarlo pero de mí solo sale un maullido al que hace caso omiso. Cuando llega al final de la calle se gira y me busca, sé que sabe que lo estoy observando pero él no me puede ver, demasiado tarde, ya soy víctima de la oscuridad.

04 septiembre 2010

Beso de luz

Mi nombre es Nicolás Valera. Trabajo de funcionario con un sueldo irrisorio y con una motivación nula. Mi vida carece totalmente de pasión y no albergo ninguna esperanza de mejora. Lo único que me mantiene en vida y me ha alejado del suicidio es un hecho que sucedió cuando era pequeño, cuando la vida ya me daba los primeros golpes.
Era una mañana de verano. Los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana y acariciaban mi rostro despertándome poco a poco.Todo parecía perfecto hasta que me levantaba de la cama. Tenía la costumbre de hacerme un vaso de leche para desayunar y aunque para mi era todo un placer poder acompañarla con galletas, estas eran reservadas para mi hermano. Era el preferido de mi padre y por lo tanto de mi madre, que no era capaz de contradecirlo porque cada palabra que no fuera de su agrado era un golpe de reproche. Esa mañana bajé a desayunar y vi a mi madre. Estaba allí, sentada, frágil como el más fino cristal, con la mirada perdida en el infinito, tenía la ropa rota y por el rabo de su ojo morado por los golpes asomaba el liquido de dolor, el líquido salado de sufrimiento, las lágrimas acariciaban su cara perdiéndose por su largo cuello.
Mi padre había salido con mi hermano, como era habitual, a enseñarle el noble arte de matar animales por pura diversión. Quizás por eso yo no le gustaba, porque no era capaz de concebir eso como un método de ocio, porque le contradecía cuando lo describía como un arte. A mi corta edad de 10 años ya había aprendido una lección muy valiosa, uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla. Había aprendido a no criticar las vulgares aficiones de mi padre, lo había aprendido, eso si, a base de golpes.
Aprovechando la ausencia de mi padre salí a jugar al bosque. Él no me lo permitía. Que yo me divirtiese para él era una desgracia. Yo, por no respetar sus opiniones debía estar condenado a una vida de dolor, sufrimiento y marginación. La mañana era idónea para sumirme en mi universo imaginario en el cual yo era el rey que pilotaba un avión a una velocidad incalculable. Desgraciadamente un elemento del mundo real interfirió en mi audaz aventura. En plena carrera tropecé con la raíz de un árbol cayendo contra el suelo. Cuando desperté no estaba solo, ahí, frente a mí, se encontraba una chica de mi edad de sublime belleza. Cada rizo de su castaño pelo, o cada porción de su blanca piel eran elementos que la hacían lo mas maravilloso que mis ojos habían tenido el placer de ver en toda mi existencia. Creía que no podía mejorar pero me equivocaba, su voz era maravillosa y me sorprendí al percatarme que esa especie de ángel hablaba mi mismo idioma.
-¿Estás bien?
-Sí, claro-respondí.
-Te he encontrado aquí tumbado, ha debido ser un duro golpe.
-Estaba corriendo y tropecé, ¿Cómo te llamas?
-Perdona mi falta de educación, me llamo Sara, ¿y tú?
-Nicolás.
-Un placer conocerte, ¿te apetece dar un paseo?
-Claro, no podría negarme-titubeé
Pasamos las horas entre árboles, charlando de lo muy desafortunadas que eran nuestras vidas. Nos sorprendimos de lo mucho que teníamos en común y no pudimos evitar conectar de la misma manera que conectan los que se conocen de toda la vida. Subimos el bosque hasta llegar al punto más alto y nos sentamos posando nuestras miradas en el universo. El momento se avecinaba mágico. El sol vespertino se filtraba entre las hojas de los árboles y impactaba suavemente sobre nuestros rostros al mismo tiempo que nuestras cabezas se giraban y nuestras miradas se conectaban. Quedamos allí durante no más de 1 minuto, ojo con ojo contemplándola infinidad de dolor que yacía en nuestro interior. Poco a poco nuestros labios se fueron acercando como si de imanes se tratase hasta que se tocaron y una satisfacción de dimensiones colosales inundo mi cuerpo. Creí haber encontrado el sentido a mi vida, creí que nunca mas volvería a sufrir, pensaba dejarlo todo y fugarme con ella a donde fuera, a donde nadie nos conociese ni a nadie le importase que hiciéramos. El placer me impedía abrir los ojos pero hice un esfuerzo y lo conseguí, abrí los ojos y estaba allí, tirado en el bosque y solo, en el mismo lugar en el que había tropezado. No podía creer que todo lo ocurrido fuera falso, no quería creer que la luz de mi vida se había apagado. Recorrí todo el bosque en su búsqueda pero todo fue inútil.
Volví a casa derrotado y abatido. Todo me daba igual. Mi padre dormía en el sofá con unas cantidades de alcohol en su interior. Sabía que la mañana siguiente me pegaría, pero me daba igual. Subí a mi habitación y me detuve unos segundos delante del espejo a contemplar mi rostro cuando encontré el motivo para seguir viviendo. En mis labios había resto de pintalabios, su pintalabios, lo que significaba que todo había sido cierto.
Y eso es lo que me mantiene en vida, la esperanza de encontrarla entre la oscuridad de mi existencia y que sea la luz que ilumine mi oscura vida.