Había una vez en la Tierra un cristiano educado, bondadoso y amante del prójimo. Aunque creía en Dios era un hombre sabio. Durante su estancia en la Tierra fue la persona más educada, respetuosa y fiel a su dios del mundo. Rezaba todos los días, ayudaba a los demás y evitaba caer en las tentaciones; no bebía, no se drogaba, ni siquiera caía en la tentación más cristiana, es decir, respetaba a los menores.
Llegó el día en el que murió, en su agonía post-mortem estaba muy tranquilo, pues sabía que iba a reunirse con Dios. Su mano perdía las fuerzas, su vista comenzó a nublarse, las primeras lágrimas llovían desde los ojos de la monja que delicadamente sostenía su mano, cayeron sus párpados, se cerraron las persianas de su vida. Su alma comenzó a separarse de su cuerpo, emprendió una suave subida entre pajaritos y nubes. Las puertas del cielo eran grandes y envueltas en un gigantesco arcoiris, arcoiris de solamente tres colores para evitar confusiones con la bandera homosexual, Dios está a la última. Para sorpresa del buen hombre, cuando llamó a las puertas del cielo nadie respondió, así que entró cuidadosamente. Recorrió los largos pasillos del palacio celestial pero no encontró nada ni nadie. Bueno, sí encontró algo, en una enorme habitación había una nevera con una nota pegada, en ella decía: "Bienvenido al cielo, ya hemos visto todas las películas de exorcismos, así que aquí arriba nos aburrimos. Para que te sientas como en la Tierra hemos hecho coalición con Satán, ahora nosotros nos encargamos de las torturas, por la experiencia y eso... Píllate unas birras y ven al inframundo, en el aburrido cielo ya no queda ni Dios."
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Los mantenidos
Hace 4 días
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