Caen las noches dolidas sobre
una cabeza mal pensante, cual guillotina imaginaria, cual decepción incrustada
bajo la piel irritada. No me protege, el sombrero de mentiras que construyen
las notas de viento acariciando el quicio de la ventana. No hace nada ante la
inmensidad desengañada, ante la realidad desencantada. Y cae el universo,
enorme, sobre mi coronilla, y ejerce presión sobre mis cervicales de mentira,
sobre mi cuello de materia, sobre mis ideas incorpóreas. Y solo percibo el
polvo estelar que se acumula en el ala del sombrero inventado de mentiras bien
planteadas. Presión, siento presión, presión del universo contra mí, de lo
verdadero sobre lo imaginado, del todo sobre la nada. Decrezco, como el
nocturno de Chopin, como una escalera al infierno, como una cabeza de enano
disecada y como la veracidad nunca considerada.
A lo lejos, mientras me aplasta
la inmensa oscuridad del cielo infinito, veo esa estrella, por la que juré a la
Luna, por la que pedí un préstamo a Dios, por la que prometí dar mi condición
de humano. Te juro, universo, que lo intenté; sé que continuarás cayendo sobre
mí, como se castiga a los humanos muy osados, como se ajusticia a los traidores
de sus amos, como se reeduca a la rana que croa mil poemas a una princesa que
no escucha. El polvo de estrellas sigue cayendo sobre el ala de mi sombrero y
el universo continúa castigándome por no aprovechar los poderes que me
prestó. Estiro el brazo, única parte que
aún posee movilidad; intento tocarla, por última vez, antes de que todo termine,
antes de que se escurra, pero se aleja. Se mueve hacia donde yo no estoy,
siempre se ha movido, ¿o es que nunca he estirado el brazo demasiado?
Y no es estrella lo que se
aleja, más bien es un cometa. Pasó por el lado de mi oreja, me hizo pensar que
podía hacerme con su cola, pedí a los dioses mil fuerzas, pero se alejó, pese a
todo. Y ya termina la aventura de quien siendo humano pretendió tocar un
cometa, de quien pensó que podía poseer con manos desnudas la piel dura de una
diosa en forma de roca, de quien osó, siquiera, mirar con ojos sorprendidos a
una rosa espacial, una rosa voladora, un amor veloz y una boca de cien nubes
esponjosas.
Ya lo siento y me despido,
universo, pues nunca pretendía hacerte perder el tiempo, solo quise perderlo
yo, un rato, sobre el regazo de acaricias de mil vientos de delicias. Ya lo
siento, universo, ya me callo y me voy, ya se cierra el telón de esta aventura,
ya caen las persianas de este intento, ya se cierra las puertas de esta vida al
universo.
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