25 enero 2011

Odiar lo amado o amar lo odiado.

Frío al norte, al sud, al este y al oeste. Camino por las calles maltratadas por los años pasados que se reflejan en el desgastado pavimento. Con paso firme siembro el terror en las personas en las que pongo mis ojos. Esvástica en pecho hago la habitual ronda buscando escoria, esas razas inferiores que no merecen pisar el mismo suelo en el que yo camino. A lo lejos veo un grupo de gitanos, saco el puño americano y camino hacia ellos paulatinamente. Cuando estoy a pocos metros de ellos una fuerza invisible me frena, me paraliza mis piernas y me impide seguir caminando. Ante mis ojos la cumbre de la existencia, cenit de la creación de ese dios al que llaman omnipotente, conjunto de las sensaciones más gloriosas del universo, nubes de algodón transformadas en mujer. Piernas largas y perfectas propias del compás del mismísimo Da Vinci, cuerpo de balance perfecto, ni piel rellena de huesos ni cilindro de base ancha. Cara finísima de belleza incalculable, ojos profundos y penetrantes como los preciosos charcos que deja la tormenta más cruel y devastadora. Cabellos, ¡ay! que cabellos juguetones al aire y alegres danzarines.
Mi ira desaparece, Gandhi ha entrado en mi cuerpo, mis dedos cobran vida y dejan caer el puño americano al suelo como las hojas de los arboles en otoño. 
Y los días pasaron y aunque estaba enamorado de esa mujer no dejé mi grupo nazi, seguía siendo quien era. Y los días pasaban alegres, ella se enamoró de mi y yo la quería, pero pese a esto la hice cambiar y alejarse de su raza despreciable. Reprimí su acento, la hice operarse su nariz, le ordene que cortara sus cabellos. Ella obedeció ya que el amor pudo con sus costumbres. Pero un día nos miramos fijamente, inspeccioné su rostro y en ella no encontré nada de lo que me enamoró, solo sus ojos, el resto había desaparecido. Al intentar cambiar lo que odiaba para poder seguir amándolo terminé odiando lo que tanto había amado. Ya no sentía nada por ella y la dejé. 
Y ahora terminó de escribir esto con la esperanza de que alguien sepa apreciar lo que ama y no lo intente cambiar o de lo contrario terminará como yo, dentro de esta bañera escribiendo mis ultimas palabras antes de suicidarme porque en realidad ya estoy muerto, me mato el dolor del amor.
Y deja el diario al lado de la bañera, saca su cuchillo y desplaza el filo por su muñeca dejando atrás lo que más llegó a odiar, dejándose atrás a él mismo.

1 comentario:

  1. Vaya, me reconforta un poco saber que no soy el único que esta al lado de una bañera.

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