Me siento en un rincón sin luz, no la quiero, no. Y entre la oscuridad y las dos paredes mojadas, el moho reina sobre mí. Me pregunta: ¿Quién eres tú? Soy su huésped, señor, respondo yo. Solo quiero permanecer en su reino, protéjame, que me vienen fantasmas cantando canciones de amor y dolor, acoja en asilo mi alma, por favor se lo pido, señor. Hijo, aquí puedes estar; este no es lugar para las personas, no lo es, pero no puedo dejar a la basura morir, cierra los ojos y deja que tu mente llore para mí.
Y los recuerdos me azotan la vida, y cada pensamiento me hace llorar y llorar, y cada evocación es un latigazo y cada lágrima una gota de sangre que baila sensual por mi mejilla rasgada.
Sírvame, mi señor, una copa cargada; pero que no sea de güisqui, no, que sea de reminiscencia, señor, y si es doble, mejor. Lo sirve, lo huelo asustado y mi mueca delata dolor y placer, pues de eso se trata beber. Los tragos evocan caricias y café, mis ojos confiesan mi excitación y tus labios susurran canciones en inglés y no entiendo nada pero lo entiendo todo. Te miro a los ojos y me hablas de mares de sueños que hay que cruzar, aparto la mirada y me resigno, chica yo no sé nadar esas aguas.
Y te vas, cruzas los mares y te vas lejos. No sé dónde irás pero sé que a mi lado ya no te veré nunca más. Te pierdes por el horizonte de agua, sal y anhelos. Mis pupilas te siguen como un catalejo, pero las horas me vuelven ciego de soledad.
No puedo vivir, no puedo aguantar, los recuerdos me empujan al mar. Yo quiero aprender a cruzar los mares y partir en tu busca por siempre jamás. Cojo tus fotos y tus besos suaves a mi mejilla, lo quemo y formo una hoguera tribal. Y cuando las llamas ya hayan quemado toda mi decencia y vergüenza, grito al cielo que te seguiré. Cojo las cenizas y hago una barca, tras tu rastro me arrastraré, remando miles de miles, sin descansar nada más que para no olvidar el día en qué me quisiste.
Pero no soy capaz de seguir toda tu inmensidad, mi barca se resquebraja como si fuese de paja y yo no puedo nadar. Y remo ya sin esperanzas de llegar hasta la orilla, quiero pisar tu isla y verte al menos una vez más. La barca se hunde y ya de nada vale remar. Me permito hundirme entre toda la sal, al menos morir entre peces y como un capitán; capitán de una expedición fallida, pero disfruté, no lo puedo negar.
Y mis brazos no quieren para nada aletear, mi cuerpo parece de cemento y me hundo como un bloque en el mar. Mis pulmones se llenan de agua de sal y se vacían de humanidad. Entre las últimas olas me llega el último recuerdo a ti. Me acaricia tu pelo negro y su fragancia, y huelo a café, tu aliento y a Francia.