29 mayo 2014

Partitura abismal

Para ti, no por ti, porque lo hago por mí.





 Te enfrentas a mí, sensual, sin ni siquiera saberlo,
bailando un maligno vals de lúgubre música
mientras árboles negros caen sobre tu complejidad;
y tu belleza transforma esta escena en algo siniestro.
Las notas se deslizan entre tus hombros de piel y seda
y te guian hacia mi mente, donde serás eternidad.

Y toco intentando describir toda tu inmensidad
inocentemente, como si una guitarra terrenal
pudiese describir la perfección que nunca antes
habitó este mundo.
Pero sigo deslizando mis dedos entre las cuerdas
como si lo hiciesen entre la gloria de tus entrañas.

Y el tempo nos acerca y ya siento el calor de tu aliento
que acaricia con una inocente travesura mi mentón.
Tu cuerpo, magnético, me atrae hacia ti y el mío
ya pide a gritos nuestra fusión envuelta de perversión.
Intento abrazar tus hombros pero no puedo;
es evidente que no es suficiente esta triste canción.

Abro los ojos y ya no siento tu presencia más allá
de tu reminiscencia rozando mi tez en forma de viento.
Solo queda el regusto de un sueño y el abismo ante mí
y solo piensto en gritar a los dioses que me dejen vivir.
Y en mis manos no hay ni guitrarra ni tus cálidas entrañas,
tan solo mi patetismo y una viscosa mediocridad.

24 mayo 2014

Juego de espejos


La sangre delata mis pasos hacia un punto limítrofe entre mi cordura y mi muerte, donde habitan mis demonios, pero el único sitio en el que me puedo esconder de ti. Y persigues el rastro de mi sangre, disfrutando de como huele cada gota que cae al suelo, gozando del sonido de un rubí líquido que se estalla contra el empedrado, haciendo las delicias de los dioses expectantes. Quieren final y lo van a tener, de un modo u otro, de eso estoy seguro. Algo acabará aquí hoy.
Y corro todo lo que puedo, pero me parece que no voy a huir de ti tan solo con velocidad, me falta algo más, pero no sé el qué. Y te acercas y te escucho venir, oigo tus pasos chapoteando entre los charcos de sangre y me pongo nervioso. No puedo pensar como huir, tan solo me queda fuerza para correr. Y acelero tanto como puedo, pese a que cada zancada que doy provoca que el cuchillo que me clavaste se inserte un poco más, rozando mis nervios y haciendo que me duela hasta respirar, causando que esté jodido hasta por mover los brazos.
No pasa nada, no pasa nada. Al menos el cuchillo moviéndose entre mi cuello y mi espalda me recuerda que estoy vivo. ¿O me susurra al oído que moriré en breves? Bah, qué más da. No moriré, no me alcanzarás. No acariciará tu mano fría de putrefacción y muerte mi hombro. No besarán tus labios azules mi nuca ensangrentada aunque me prometas el todo, porque yo prefiero la nada. Y no dejaré que tu ronca voz perfore mis oídos y rebote en mi mente. Seguiré corriendo.
Seguiré, al menos mientras quede sangre dentro de mi cuerpo. La carrera provoca que el cuchillo se mueva cada vez más y la herida ya tiene el tamaño de un puño. La sangre sale a borbollones como sale el agua pura de un manantial. Pero esto no es agua; no crecerán árboles de mi sangre, pero sí crecerán matrices de desesperación, desidia y dolor regadas por mi sórdida existencia; no se hidratarán niños y mayores de mi líquido, pero sí servirá de gozo para los paladares más exigentes, será delicia de dioses, será tortura de humanos.
¿El camino se espesa o es que me tropiezo con los pocos árboles que hay en este bosque? Me miran con cara de asco. Lo entiendo, lo entiendo, no hace falta que me digáis nada, que ya sé que soy un despojo. Y por ese mismo motivo huyo, por esa misma razón me persigue él.
El aire empieza a decirme que no quiere entrar en mis pulmones. Nunca fui demasiado hospitalario, pero tampoco pensaba que el oxígeno pudiese negarse a suministrarme aliento. Estoy hasta los cojones de correr. Pero ya no te oigo, ¿te habré dejado atrás? Giro la cabeza paulatinamente mientras mis vertebras recrujen y me dicen que algo en mi cuello no va muy bien; todo mi cuerpo se recoloca entre chirridos y huesos que se luxan para poder mirar atrás, para poder ver si te he perdido de vista. Cuando finalmente consigo mirar hacia atrás para cerciorarme de que ya no estás, mi frente choca contra tu frente fría y pálida. Y veo el abismo en tus ojos azules e infinitos, veo desolación perdida entre millones de dunas de hielo y sangre. Veo millones de niños muriendo de frío en las inhóspitas colinas que se esconden en tus ojos; te encargaste de llevártelos y ahora me quieres a mí. Veo tu boca entreabierta, con una sonrisa congelada que anuncia tu victoria y exhala esquirlas de hielo; tu aliento huele a ártico, a ártico y a descomposición. Y veo que tus pómulos aguardan el purgatorio más grande jamás contemplado y entre el silencio de nuestros rostros enfrentados oigo como mil almas que gritan torturadas dentro de esas esferas blanquecinas.  Veo tu barbilla, puntiaguda y despiadada, como lo guadaña que llevas en tu mano y como los cuchillos que rodean tu cintura. ¿Te falta uno? Oh, sí, está en mi cuello, tómalo cuando me lleves, no me importa. Veo, veo, veo muchas cosas, ninguna descriptible con palabras de este mundo. Y un segundo después, la hoja de la guadaña ya me ha cortado la cabeza, pero sigo sintiendo el dolor, no me alivia, qué fastidio. Veo, aún con mi cabeza rodando por el suelo, como absorbes mi alma y como dejas sin vida mi cuerpo mientras mi vista se torna borrosa y todo desaparece.
Ya no veo nada, solo recorren mis pensamientos recuerdos de esa noche. Durante un segundo creí que de verdad podía huir, pero los dioses no habían preparado esa cacería para que escapase, no. Por supuesto que no. Fui un iluso, cómo iba a escapar de mí mismo, como iba a librarme de mi reflejo, si realmente todo era un juego de espejos de hielo.

18 mayo 2014

La manfa



Con miedo reseguía la pared de la calle por encima de la cera. Era un niño de papel que temía lo que debía hacer. Avanzaba, paso tras paso, temeroso como la noche precipitada, como quien visita a una bruja desalmada y como quien oye gruñidos al amanecer. Llegaba por fin a tu puerta blanca y  llamaba yo temiendo por mi vida, porque me dabas miedo y ahora me atrevo a decírtelo. Y abrías antes de que mis nudillos llegaran a tu puerta. Me habías visto pasar por la ventana y te anticipabas con una sonrisa. Me cazabas. Quizá te parecía un gesto gracioso pero yo lo temía. Y los segundos se transformaban en horas densas y masticables, mi boca seca gritaba en silencio y tus ojos pesaban sobre mi frente.

Ahora me atrevo, sí. Tenías la apariencia de una bruja comeniños, de una loca irritada que solo quiere la compañía del primer zagal que pase por delante de su casa. Pelo negro lleno de unos rulos que trabajaban incansables 24 horas al día 7 días a la semana. Piel blanca infierno, blanca desesperación, arrugada y pálida como un folio en una papelera; ahora que lo pienso, tu cara era blanca horror, blancura de otro mundo, me sorprende que hayas tardado tanto en morir. Y tus manos llenas de amargura y soledad, me acariciabas la cara mientras temblabas como el agua del mar. Y tu voz salía segundos después de tu boca, de tu desagradable boca, vibrando inconsistentemente como un instrumento de metal oxidado y putrefacto. De verdad. Las palabras se tornaban lágrimas que querían brotar. Mi alma temía. Yo pensaba que no podías ser humana, maldita bruja, no podía ser que tus caramelos de café pegajosos fuesen de este mundo. Pero sí lo eran. Y tú sí eras humana. Porque las brujas no mueren. Y ahora tú estás muerta.

Y cuando me quería ir tus ojos me ataban. Tus ojos de cristal maldecido, tus ojos arrancados de las entrañas de un fantasma nórdico; esos ojos. Me cogías del hombro y me dabas la vuelta. Y de nuevo, cara a cara. Yo ante la muerte, yo ante el horror, yo ante la bruja maldita. Me sujetabas con fuerza dejando caer tus manos sobre mis hombros y acercabas tus labios resecos hacia mí. Me besabas la frente. 1 segundo en este mundo, eternidad en esa vieja casa que olía a soledad.

Entonces me dejabas ir. Me soltabas y yo me iba. Los primeros pasos no conseguía caminar bien, el temor bloqueaba mis rodillas unos instantes. Pero cuando podía, corría con todas mis fuerzas huyendo de ese espectro cruel. Iba lejos, muy lejos. Sabía que sus ojos seguían mi espalda y que la próxima vez que volviera sería peor. Igual pero peor. Porque siempre había próxima vez. Maldita vieja, siempre la había.

Y ahora has muerto. Bruja cruel y fría, ya no estás. Cuando llegó un niño tímido y temeroso anunciando tu partida ni siquiera me acordaba de ti. No sabía ni que seguías engordando palomas con arroz y atemorizando nuevos niños. Te odiaba, bruja solitaria. No te soportaba. Pero ahora que estas muerta, siento que algo se va. Dentro de mi algo desaparece. Mi mente se plantea que quizá echaba de miedo el horror. Pero no la escucho.

Le doy un beso al niño y le dejo ir. Se aleja lentamente, andando raro, y cuando lleva unos pasos arranca a correr. Mis ojos le persiguen hasta el infinito. Me quedo allí plantado. Entonces por detrás me abraza la fría soledad y me susurra al oído algo incomprensible pero insoportable. Y entro a mi casa con todo el horror del mundo sobre mi cabeza. Ahora sé, puta bruja, que nunca fui mejor que tú.

17 mayo 2014

Barro

Miro al cielo una noche,

llueven estrellas de barro,

esquirlas revientan mis pasos;

apocalipsis espacial.


Y me veo ahí,

desdibujado entre sombras

y estrellas podridas,

con la cara sucia de fango.


La suciedad hiela la piel,

me para el aliento,

llueve y se corre

y yo también.


Perdón –fui a gemir-

tu frialdad me ha hecho arder.

No acepto disculpas –dijo-

de a quien muere a mis manos.


Y ahí entendí, mi soledad,

sucio por fuera y corazón

congelado.

Y apagado.


Amaneció y se fueron

las estrellas de barro.

Permanecí llorando

arrodillado ante el sol.


El sol creó costra

caliente de mugre.

Me quedó suciedad

y una quemadura en la cara.


Fue bueno el cambio:

me dejaron las ganas

y solo se llevaron mi corazón,

las estrellas de barro.

15 mayo 2014

Luz de luna

La oscura noche mece los sueños de los incautos y de los inocentes, de los niños y de los hombres, de las personas todavía felices. El inmenso negror engaña y equivoca a las almas puras, las almas que aún no conocen verdadero dolor; entra por las ventanas, observa como con la suavidad del paso del tiempo se tejen sus planes, sus deseos y sus macabras intenciones. La noche es retorcida. Nadie llora mientras duerme, nadie sufre mientras sueña, tampoco yo lo hacía hasta que conocí la luz de tu piel y me robaste mi inconsistente alegría.

Desde entonces, no he vuelto a dormir. Me adentro cada noche en el bosque tan profundo como pueda, me abro camino entre las ramas que me azotan y los arbustos que me arañan; los arbustos son como las manos de las pobres almas pisoteadas por el mundo, te acarician las piernas, te clavan sus uñas y te suplican que te quedes a su lado porque piensan, erróneamente, que mi desdicha es menor que la suya. Sigo mi camino con decisión dejando atrás la parte humana del bosque. Por delante oscuridad, por detrás oscuridad, ya no existe camino de vuelta así que dejo de caminar ciegamente a tientas y corro tanto como puedo.

Tropiezo, caigo, me levanto y vuelvo a correr; nada me duele, el dolor se siente en el corazón y ya sabes que el mío ya no siente. Llego respirando aceleradamente, me arrodillo, agacho la cabeza, miro al suelo e intento recuperar el aliento de lo poco que me queda de alma. No sé si las heridas de mis manos están sangrando o es que están vomitando barro, pero lo que es cierto es que arden. Mis rodillas se descomponen poco a poco entre la tierra húmeda. Cuando ya he recuperado la respiración, alzo la cabeza y te veo ahí, como cada noche desde que te conocí, mirándome con compasión.

Solo ver tus negros ojos me basta para recuperar mi humanidad por un instante. Tu blanca piel me deslumbra, como siempre, y deja al jazmín como un vulgar derivado del amarillo. Y como siempre no puedo decirte una palabra. Tu dulzura baila con los rayos de la luna, acaricia mi barba y me abre la boca, que emite un grito sordo de placer. Y tu pelo, negro, empieza a tornarse más plateado que la luna, se desliza entre tu cuerpo y, de repente, es un rio de diamantes de los que no existen en este mundo. Me levanto torpemente, me dirijo hacia ti y alargo mi temblorosa mano para acariciar tu tez. Mi mano se desliza por el hielo de tu cara y deja por tu piel un rastro de sangre y barro. Me acerco a besarte, pero ya no estás. Y, entonces, la luna explota en millones de fragmentos fríos y grises que se clavan en mi corazón, transformándolo de nuevo en una amalgama de músculos decrépitos e insensibles.

Abro los ojos, estoy tumbado en la cama y por la ventana se cuelan los primeros rayos del sol. La noche lo ha vuelto a hacer, me ha vuelto a engañar y las lágrimas de impotencia acarician los gemidos de dolor que salen de mis labios. No lo puedo soportar. Encuentro en mi mesilla un destornillador oxidado y me lo clavo en el pecho repetidamente. La sangre salpica las sábanas y a mí me da totalmente igual. Mis ojos vacíos solo miran a la pared, mientras mi cabeza lleva la cuenta de agujeros en mi pecho y ya llego al vigésimo sexto; la verdad es que esto no es lo que me duele. Mientras se me va la vida maldigo a la noche por retorcida, pero la verdad es que tu belleza es la que me jodió la existencia. Pero a ti no te puedo culpar, no, no; a ti no, luz de luna, vida mía.